jueves, 26 de junio de 2014

EL Mensaje Estético de Umberto Eco; El Análisis del Quijote y la Redención del Mismo.

Leer un libro significa escapar, liberarnos de la realidad y vivir una fantasía. Es una experiencia enriquecedora que nos concede la oportunidad de descubrir otras posibilidades dentro del espectro de realidades que conocemos. Pero ¿qué pasaría si quedáramos perdidos dentro de esa realidad literaria? Podría ser que como, Alicia, en el país de las Maravillas, sólo quedara añoranza por regresar a la realidad conocida o que como, Don Quijote, quedáramos atrapados en la fascinación por la fantasía y perpetuáramos nuestra estancia en la realidad alterna.

Aristóteles compara la Historia y la poética como realidades. La primera se refiera a una realidad que ya ha ocurrido, la segunda a posibles realidades. Los autores de textos poéticos generan realidades alternas, basados en las variaciones de las normas, en invenciones de diagramas estructurales que rigen la obra y un código individual del autor. Todas la alteraciones de la realidad y del código con el que se expresa generan imitaciones, maneras y formas nuevas. La estructura de las alteraciones o de la así llamada, violación al código, Umberto Eco, la llama idiolecto de la obra.

La violación al código atrae la atención del lector a la forma del mensaje, pues como el mensaje sale del orden arbitrario del código, la interpretación no es obvia. Para analizar un texto desde el punto de vista de la estética de la expresión es pertinente comenzar con aquello que, Umberto Eco, retoma de, Jakobson. Este último en su división funcional del lenguaje genera una separación llamada función estética del lenguaje. En dicho análisis el texto estético se define como ambiguo y auto reflexivo. Entiéndase ambiguo como la posibilidad de encontrar en éste más de una interpretación y auto reflexivo, como la obligación que propone al destinatario por considerar la regla de su correlación; al ser el mensaje una violación a la norma que afecta tanto a la expresión como al contenido atrae la atención ante todo sobre su propia organización semiótica[1]

Los textos estéticos difieren del resto, en la utilización que hacen del código utilizando “la ambigüedad” como vestíbulo de la experiencia estética, que coloca al destinatario en situación de exaltación interpretativa[2]. Es decir, la ambigüedad provoca autorreflexión.  Cabe aclarar, que lo ambiguo de los textos estéticos se puede percibir  únicamente al nivel de decodificación que realiza el lector, pues la coherencia del texto se sostiene independiente en un sistema estructural interno dictado por el idiolecto del autor.

Existen entonces diferentes realidades dentro de los textos estéticos que por lo general son decodificadas de forma similar por la mayoría de los destinatarios que comparten una misma cultura o que conocen la situación cultural del autor. La correalidad de un texto se refiere a los elementos fantásticos del mismo y a la situación contextual de improbabilidad.  El texto auto reflexivo tiene niveles de realidad que se separan en lo denotativo (significado entendido por la naturaleza de la palabra) y lo connotativo (significado entendido por el contexto, la lógica y las expectativas del individuo).


En el siglo XVII el celebré, Miguel de Cervantes Saavedra, inventó una historia en la que aparecía un personaje muy particular, lo hizo colocar en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no podría acordarme aunque quisiera. Esta figura recibe el nombre de, Don Quijote, un noble hidalgo que sufría una patología muy especial. Dícese en la novela que este personaje leyó tantos libros de caballería que perdió el juicio. En el primer capítulo se relata su obsesión por interpretar el siguiente verso de Feliciano de Silva:

“«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello[3]

Una vez esclarecida la razón de su locura, que es una razón de peso, pues cualquiera que lea lo que Faliciano versaba sobre la razón misma, entenderá la complejidad de la locura del Quijote. Veamos lo que sucede por ahí del capítulo XXVI cuando Don Quijote, secundado por su fiel amigo Sancho Panza llega a una venta en la que se encuentra con un titiritero, el maese Pedro, que se ganaba la vida haciendo obras de teatro e investigando a las personas para después hacerles creer que su mono les adivinaba el presente y el pasado.

Después de realizar el acto del mono adivinador a la concurrencia que se reunía en la venta, el maese Pedro invita a todo el mundo, incluido Don Quijote, a disfrutar de una obra que se representará en el retablo. La historia trata sobre el rescate de la bella Melizandra por mano del Sr. Gaiferos. La damisela se encuentra prisionera de los moros, cuando es rescatada por el antes mencionado. Aquí, el paje de maese Pedro, quien narra la historia mientras su amo mueve a los títeres, dice que luego del escape los moros tocaron una alarma de campanas. Cosa que a Don Quijote no le hace sentido pues interrumpe al muchacho para decir :  En esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas.”[4]  Aquí podemos usar lo que dice el autor Max Bence cuando describe los diferentes niveles de individualización del mensaje estético, la obra sobre Melisandra y don Gaiferos que realiza el titiritero le ha creado conflictos a don Quijote en el nivel de soporte físico que incluye el lenguaje verbal del mensaje. Tanto es así que entorpece la narración, a lo que el maese Pedro responde con una excusa e intentando explicarle que para efecto de la fantasía es inmaterial llamarlas campanas o dulzainas o atabales y le pide que no repare en pequeñeces y siga viendo la obra. La historia alcanza un momento en que Melisandra y don Gaiferos corren peligro pues los moros los persiguen, y cuando maese Pedro se disponía a representar el ataque de los moros sobre la pareja, Don Quijote enardecido desvaina su espada y comienza a atizar el retablo con tremendas cuchilladas que terminaran por destruir el pequeño escenario con todo y sus figurillas de masa.

He aquí la locura del Quijote y he aquí el por qué se escogió esta obra y en particular este capítulo para ejemplificar el fenómeno de la decodificación del mensaje estético. Nuestro personaje, encerrado en su patología, no puede distinguir entre la realidad misma y su decodificación subjetiva del mensaje estético que maese Pedro le propone. La ambigüedad del mensaje genera en el hidalgo una interpretación puramente connotativa, o sea que cuando él interpreta, lo hace desde su propio contexto, su propia lógica, que ya desde el primer capítulo sabemos que está trastornada hasta la misma razón. Fue el hecho de haber querido interpretar la ambigüedad del mensaje estético de Feliciano de Silvia como si estuviese escrito en un código convencional y no en un idiolecto particular. Fueron las inagotables horas dedicadas a la lectura de novelas de caballería las que alteraron profundamente el código en el cerebro del quijote y sustituyeron el sentido común con el conjunto de idiolectos propios de dicha literatura. Es así que las expectativas de este individuo en particular no podían permitir que los católicos Malisandra y Gaiferos salieran mal librados de aquella persecución mora estando él presente. La empatía del Quijote con los personajes principales y la falta de distinción entre las realidades de un mensaje estético desatan en el Quijote más que la interpretación la acción misma. Los demás espectadores bien entendidos del texto denotado a una obra de teatro, se sorprenden los unos y echan a correr los otros. Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta.”[5]
 

Y este argumento se demuestra una vez dando por terminada la etapa violenta de su episodio esquizofrénico Don Quijote declara: “...si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen don Gaiferos y de la hermosa Melisendra; a buen seguro que ésta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes, y les hubieran hecho algún desaguisado.”[6]


La codificación y la interpretación de los mensajes ambiguos es tan común para los hombres que cualquiera que lea este capítulo del Quijote puede apreciar lo equivocada que es la actitud del protagonista ante el mensaje estético del maese. Sea docto en las teorías semióticas o no, todo aquel que lea y juzgue superficialmente lo que el Quijote hizo a ese retablo tendrá a bien concluir que el ingenioso hidalgo, es un hombre muy enfermo o simplemente un pobre viejo idiota. Un tipo incapaz de comprender que Melisandra y Gaifeos no eran alguien, sino personajes de una historia.

Pero en contraposición cualquiera que profundice un poco en el análisis de este texto, no tardará mucho en comprender que juzgar superficialmente los actos del Quijote sería una acción tan desatinada como la que arriba criticamos del Quijote mismo. Pues si Croce tiene razón y una obra de arte bien realizada es en si misma el universo, entonces el Quijote no es tampoco alguien sino un personaje que representa la violación al código de la que se vale Cervantes para crear su idiolecto. Es un personaje imaginario que comete las acciones más extravagantes no con el afán de hacer notar lo patético de su carácter o lo profundo de su patología, sino con la misión de enriquecer la novela caballeresca con un sinnúmero de mensajes ambiguos, de mensajes estéticos que provoquen en el lector una reflexión

Basta con dar un paso dimensional hacia atrás para poder ver que aunque es cierto que la obra de arte es un universo en sí misma, no es ésta el único universo ni mucho menos nuestro universo, es aquel de sus personajes. Nosotros no estamos inmiscuidos en él, somos los destinatarios del idiolecto. Artificio que es puesto en práctica cada vez que nos topamos con un modismo del lenguaje castellano, con un barbarismo o con cualquier suerte de violación en el nivel de sustento físico del texto. Pero que en ningún momento disfrutamos más, que cuando aparece aquel ingenioso hidalgo protagonizando los más absolutos desatinos, las más descabelladas conclusiones, motivado por esos increíblemente absurdos argumentos, arrojando sus cansados huesos con la furia y la convicción de un ejército. 

Don Quijote de la Mancha, no es un hombre enfermo, ni un pobre viejo idiota. ¿Qué enfermo tendría la suspicacia para solazar y a millones de personas? y ¿de dónde sacaría un  pobre viejo la fuerza para seguir caminando después de más de 400 años? simple y sencillamente es uno de los más divertidos y geniales idiolectos jamás creados. 
 
 
El arte aumenta la dificultad y la duración de la percepción (...) y la finalidad de la imagen no es    acercar nuestra comprensión a la significación de que es vehículo, sino crear una percepción 
particular del objeto. Esto explica el uso poético de los arcaísmos, la dificultad, la oscuridad de las  creaciones artísticas que presentan. Por primera vez al público no adiestrado.”[7]
 




[1] Eco Umberto. Tratado de semiótica General. Biblioteca Umberto Eco Pág. 371

[2] Ibid, pág 368
[3] Cervantes de Saavedra Miguel. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Macha. Capítulo I
[4] Ibidem
[5] de Cervantes Miguel, Don Quijote de la Mancha Cap. XVI, Editores Mexicanos Unidos, 1992
[6] Ibidem
[7] Eco Humberto, El mensaje estético, 159

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